¡Nos Matan por todo! hasta por echarle ganas.
Nos Matan por todo hasta
por echarle ganas
Mi ruta diaria es sencilla de mi
casa a la universidad, siempre es la misma rutina, por lo general siempre tomo
dos vehículos, un trasporte que me saque de la zona donde vivo y el otro que
lleve a la universidad. En ese trascurso miras a miles de personas diariamente,
pero hay quienes nunca dejan de estar en esos lugares, los vendedores son los
narradores perpetuos de esos espacios de tránsito, ellos no te conocen, eres otro
u otra más en sus vidas, pero cada persona que transita por eso lugares los
reconoce como familiares de lo urbano.
Siempre están mirando a todos
lados esperando vender, con sus rostros quemados por el sol y el sudor que decora
su frente, ellos ven nacer el día y caer la noche, su rostro cuenta una sola
historia, resumida en la jerga “volarle pija” su rostro es un mapa topográfico
de lo difícil que es vivir en Honduras. Pero a pesar de todas las peripecias
siguen en ese lugar- son familiares y en un momento su vida choca con la tuya, conversas
con ellos y ellas para simplemente hablar de lo que pasa en Honduras. Hecho que
me pasó a mi a principios del 2018, la conocí en la parada de los autobuses de
los Laureles en el Metromall, se dedicaba a vender cacahuates, era una persona
muy jovial, casualmente le compraba cacahuates garapiñados, en una ocasión
intercambiamos palabras, pero por lo general empezaba a hablar de los
cacahuates que elaboraba y el problema de complacer o quedar bien con los
clientes por el punto exacto de sal.
-Cuando les echo mucha sal, me
dicen que están feos y cuando les echo poca sal, me dicen que saben simple. ¡No
se puede quedar bien con los clientes! ¡Pero esto así es!
Siempre estaba en ese mismo punto
desde la mañana hasta las 7 y media de la noche, con su un surtido menú de
golosinas, era parte del inventario como decimos los capitalinos. El 18 de
noviembre fue asesina junto a su amiga, ambas dejaron a dos niños huérfanos, no
me interesa por que las mataron o que paso, porque en Honduras tenemos la mala costumbre
de decir que “los mataron por andar en malos pasos” sea cual sea el contexto
social y económico de las personas.
Una muerte que te da el
recordatorio de tu contexto de país, de la fragilidad que tenemos como
sociedad, durante una semana se hablo mucho sobre ella, principalmente en Los Laureles.
La mataron a un par de metros del colegio ubicado en dicha zona, al poco tiempo
conocí una profesora que le tuvo como alumna.
-qué triste, como mataron a esas
muchachas
¿Usted las conocía?
-si las conocí a las dos, fueron
ex alumnas del colegio. Las dos dejaron a dos criaturas.
¡Feo lo que pasa en este país!,
dicen que fueron los mareros.
-¡Mareros no creo!, Angie se llamaba
una de ellas. (la muchacha de los cacahuates)
La profesora me conto una de esas
historias que no las creerías, pero que varios conocidos que viven en la zona las
confirmaban, según recuerdo ella abandono el colegio hace unos años, por varias
cosas que le pasaron, entre ella quedar embarazada siendo una adolescente, a
muy temprana edad fue abandona por sus padres, mandada a la deriva con su
abuela y para colmo de males nadie le ayudaba económicamente, lo que la forzó a
que no continuara sus estudios, mientras que la otra mujer asesinada estudiaba
en la jornada nocturna según relatan la gente del barrio.
Todas las teorías que se manejaron
en los chismes del barrio apuntaban, que las maras las mataron y otros decían
que fue por rollos pasionales, la verdad es que nunca la conocí, no fui su
vecino, no fui su mejor amigo, no tome una cerveza con ella solo la veía en la
misma estación de buses todos los días después de mi trabajo, nunca sobre porque
murió y no me interesa.
Pero con certeza puede decir que
era más de lo que las personas relataron tras su asesinato, y lo recuerdo bien,
fue en la tarde cuando venia del trabajo, ella se sentó en uno de los asientos
de enfrente del autobús, es como si se hubiera desplomado del cansancio y observo
a todos y todas en el autobús y una sonrisa fue su saludo, mirando a cada persona
que esperaban a que se llenara la unidad de trasporte.
antes de ofrecer los cacahuates,
su rostro yacía taciturno, en la perpetua contemplación del vacío, sus ojos
solo reflejaban ese grito constante de lo que callamos todos los hondureños,
pero fuera de eso también desvelaban esas ganas de seguir luchando, de no darse
por vencida, como si soñará esos futuros alternos o esperanzas que nos
condicionan para seguir viviendo. Después de eso cedió su asiento a un
pasajero, el autobús arranco y ahí quedó viendo otro autobús partir, lleno de
personas que habían terminada su jornada laboral, la podías ver por la ventana
cuando arrancaba el bus como un farol esperando permanentemente.
Siempre tenia ese ritual de descansar
en uno de los asientos vacíos del autobús, de conversar con los pasajeros o con
los “buseros y brochas” Platón, Descartes y Hemingway no eran sus temas de conversación,
era la cotidianidad, esa vida vivida en si mismo sin contemplaciones
filosóficas y científicas, esa vida que se tatúa en tu piel de sol a sol.
Murió en vísperas navideñas de finales
de noviembre, solo me queda relatar mi percepción de una persona que sé que no
volveré a ver, que su rostro solo quedara en la memoria y olvidada al día siguiente,
que su aura quedara en ese espacio en el Metromall, donde el transito y la
violencia se enamoran y vagan justos por las calles de Tegucigalpa y Comayagüela.
Los que nacemos aquí nacemos bajo el signo de la violencia, es lo que les toca
a muchas personas en Honduras, desde pequeño o pequeña aprendes a pelear, como
un remedio de las circunstancias que vivimos. Parece que salimos de las paginas
narradas por Pier Paolo Pasolini en “una vida violenta”
A muchos y muchas les toca fácil,
algunos tenemos acceso a la vivienda, trabajo y educación otros por lo
contrario la desigualdad los excluye, donde camines, o donde te encurtes, el reflejo
de la desigualdad es latente, ¡Sabes quienes son!, ¡Pero los ignoras!, la normalidad
nos devora para marginarlos y volverlos invisibles en nuestro devenir diario.
Pero allí están en las páginas de Roberto Sosa, en los cuentos Arturo Martines
Galindo viviendo los horrores de las obras de Ezequiel Padilla.


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